No creo que esto de salir del clóset sea, para mí, algo único, estable y decisivo. Salgo del clóset a veces una vez a la semana, otras una vez al mes. Algunas veces yo supongo que ya salí y me doy cuenta de que no, y entonces tengo que salir otra vez.
Pero esto de salir del clóset supone hacerlo frente a alguien que no tiene la menor necesidad de salir de un clóset y que se siente seguro, confiado y cómodo con su vida. Supone hacerlo con un antagonista, sexualmente hablando. Con alguien que está seguro de su sexualidad y de lo que es correcto y que se cree lo universal y natural, y venirle a desestabilizarle la vida con lo que uno le cuenta. Porque salir del clóset con desconocidos (y captar sus miradas morbosas), no es lo mismo que hacerlo con gente que conoces y te ama (y ver sus ojos cargados de sorpresa, pena, miedo, extrañeza, asco, repudio, dolor) y darte cuenta de que tu posición (imagen, actos, recuerdos) frente a ellos es tan vulnerable como el amor que sentían por ti.
Y uno, en esas situaciones, pone en juego su relación presente y futura con esa persona que uno supone que te ama. Y yo, por cobardía o comodidad casi nunca he puesto en juego mis relaciones, a no ser indirectamente, con ironías, bromas o mentiras. Cuando no me creen es cuando ya confirmo las cosas. Pero generalmente las persona que supongo que me quieren solo escuchan mis ironías, mis bromas o mis mentiras y no buscan profundizar más en el tema. No sospechan que en ellas exista una certeza tan grande que hasta a mí me da miedo de solo pensar que pueden profundizar en el asunto y yo me sienta vulnerable y débil otra vez frente a tratar con seriedad el susodicho tema.
Así que, como es obvio, no se lo he dicho a mi familia (pero creo que lo sospechan). Mi madre un día me lo mencionó cuando una ex amiga habló algunas cosas de mí (cosas obviamente muy lésbicas que me había visto hacer con otra amiga). Mi madre en el fondo no quería creerle (la conozco), y solo quería que yo confirme su idea. Por eso me llamó y me dijo: hija, si tú eres lo que eres yo igual te querré. No lo soy, mamá, le contesté, con mi cara roja y mi voz temblando. Gracias a Dios, dijo ella. Y yo no sé cómo pudo no darse cuenta de que mi rostro enrojecía y que mis ojos se llenaban de lágrimas. O si se dio cuenta, cómo no pudo abrazarme y decirme simplemente: ya lo sé, siempre lo he sabido, no tienes porqué avergonzarte de ello. Pero cambió de tema y no volvió a mirarme a los ojos.
Con mi hermana mayor fue más una cuestión teórica. Veíamos las noticias y salía alguna noticia sobre homosexuales y entonces yo me puse a explicar muchas cosas sobre el tema y estaba casi disertando como si no fuera mi tema, sino un tema cualquiera que no tuviera nada que ver conmigo. Y de pronto ella me dice: lo único que estás tratando de hacer es justificar la homosexualidad; y se para y se va a la cocina. Y lo dijo como queriendo decir: lo único que estás haciendo es tratar de justificarte. Y me cayó como un rayo. Y me sentí descubierta. Y supe que frente a mi hermana yo no puedo usar circunloquios ni eufemismos. Ella es directa en todo así que si algún día me desahuevo y se lo digo, tendrá que ser de esa forma: desahuevada y directa.
Con mi hermano menor fue diferente, con él me sacaron del clóset, aunque yo trataba siempre de decírselo, pero él me decía no digas locuras, hermana, o no bromees, o simplemente no me hacía caso cada vez que salía con mis típicas bromas sobre mi “rareza” o mis “extraños” gustos. Yo creo que mi hermano no puede aceptar que una hermana a la que admira y que es como su superhéroe personal por una serie de cosas, sea algo que él no entiende, así tenga muchas amiguitas lesbianas, porque las tiene, y yo las conozco y una de ellas una noche me vio en la discoteca. Se me acercó y yo no la reconocí, porque había dejado mi casa hace varios años y no sabía cómo habían crecido los niños del barrio. Me dice: tú eres la hermana de Augusto ¿no? La miro tratando de recordarla. Ajá, le digo. Me sonríe con una mirada pícara y añade: y estás aquí caleta nomás. Y yo no supe qué responderla y ella volvió a su grupo. Luego, cuando vuelvo a ver a mi hermano, le digo que me había cruzado con su amiga. Ah sí, me dice, sí me contó. ¿Y?, le pregunto. Nada, le dije que estabas haciendo tus investigaciones lingüísticas. Ah ya.
Con mi ex esposo fue raro. Según él se había enamorado de mí porque era extraña, rebelde y misteriosa. Cuando se lo dije pensó que era otra locura más, como volver a la universidad después de tanto tiempo o comprarme diez libros de Orlando de diferentes editoriales. Aún sigue sin creerme. Y aún sigue enamorado de mí (según él) y espera que retorne por el buen camino algún día.
Con mi hija (tiene 5 años) fue sencillo, le dije que ya no estaba con su papá, o sea, que no nos vería dándonos besitos ni nada por el estilo. Me preguntó el porqué. Le dije que el tiempo pasa y a veces las cosas ya no funcionan. Me preguntó si me iba a ir. Le dije que no, que me quedaba con ella. Me preguntó si me iba a casar con otro hombre. No, le dije, pero quizás con otra mujer. ¿Otra mujer? , me preguntó. Sí, le contesté. ¿Eso se puede? Si, mi amor, eso se puede. Yupiii, gritó de alegría, yo quiero casarme con Jossie.