Artículo de Perú 21: Lo gay y lo triste

Autor: Beto Ortiz
De ser cierto que fue realmente “la mitad de la vida” de Abencia Meza, la cantante Alicia Delgado sería apenas una de las setenta personas homo o bisexuales que son brutalmente asesinadas cada año en el Perú de acuerdo a un estudio realizado por el MHOL en base al monitoreo de informaciones periodísticas.
Por mucho que lo murmuren o por muy obvio e impajaritable que parezca, nadie es oficialmente gay hasta que no se arma de valor y lo admite con coraje. Alicia Delgado jamás lo hizo. Abencia Meza tampoco. Pero, ahora, tras haber escuchado a Abencia confesar que «Alicia fue el gran amor de su vida», ¿a alguien le queda alguna duda de que fueron pareja? Y aún así, ¿alguien se atreve a llamar lesbiana a Alicia y correr el riesgo de irse preso?. Por el amor de Dios, ¿a quién puede interesarle averiguar la orientación sexual de un muerto?.
A todo el mundo. Absolutamente. A todo el mundo.
“Sería homosexual” es el titular con el que América Noticias presentó esta semana el caso de Jhosvany Enríquez, un pobre hombre cuyo magullado cuerpo sin vida fue abandonado en una playa, dentro de una indigna caja de cartón que alguna vez contuvo un televisor LCD de 32 pulgadas, marca Philips. Estoy esperando el día en que ese mismo noticiero presente la crónica roja más truculenta con un titular que diga “Sería heterosexual.”
Hasta el día en que murió a causa de lo que entonces se conocía como “la peste rosa”, nadie sospechó que el actor Rock Hudson era gay. Entonces su muerte dejó de interesar y su vida sexual pasó entonces a convertirse en la verdadera noticia. La vida sexual de un hombre sin vida.
Para muchos gays peruanos, por no decir “para casi todos”, es preferible la muerte al indecible horror de tener que aceptar públicamente su sexualidad. O lo que es lo mismo: para muchos peruanos, la única manera de salir del clóset es morirse.
Morir como murió don Arturo Jiménez Borja: médico, etnólogo, erudito, escritor. Mente brillante asesinada con saña a sus 90 años por unos putos desalmados.
Morir trágicamente estrangulado por un par de fletes chalacos como murió el estilista puertorriqueño Roberto Izquierdo hace apenas dos meses en un departamentito de la avenida Benavides del que se llevaron un plasma y un par de Adidas usados.
O morir como murió el productor Horacio Paredes: sin más compañía que la de un desconocido vigilante en un deprimente hostal de Lince.
Para muchos gays peruanos que malviven hundidos en la suprema mediocridad del miedo, la única manera imaginable de salir del clóset es morirse.
Morirse casi siempre absurdamente, casi siempre a patadas o a cuchillo, empepados, estrangulados o acribillados.
Morirse casi siempre antes de tiempo.
«Chino da vuelta a mariposón» -tituló Ajá en su edición del primero de este mes en que se daba cuenta del asesinato a tiros de Jorge Hurtado Encinas de 25 años, más conocido en el Puente Quiñones como 'Papucho’.
El esforzado coleguita que editó la nota probablemente no contaba con el mínimo de humanidad necesaria para saber que 'Papucho’ podría tener mamá y, de repente, también abuelita. Que escribir que “le dieron vuelta” es casi dan violento como dispararle. Que no hay que llamar mariposón al mismo pobre muchacho que, en la foto, aparece muerto en un charco de sangre en medio de la pista.
El 25 de febrero del año pasado, Luis Alberto Rojas Marín, un menudo auxiliar de enfermería de 27 años, fue brutalizado por tres efectivos policiales de la comisaría de Casagrande, Trujillo, quienes lo detuvieron sin más justificación que su afeminamiento, lo insultaron, lo desnudaron y lo violaron utilizando para ello sus cachiporras de cuero, luego de lo cual lo dejaron sangrar hasta la mañana siguiente en que le dijeron que le abrirían el calabozo con la condición de que se fuera a su casa calato. El entonces ministro del Interior Luis Alva Castro prometió en cámaras que semejante horror se investigaría y sancionaría severamente. Jamás se hizo. Hasta el día de hoy, Luis Alberto continúa siendo objeto de amenazas de muerte por los mismos policías que no solo no fueron acusados ante el Poder Judicial sino que continúan en ejercicio, de lo más felices y contentos.
Con el titular de “Salvaje castigo a gay”, el noticiero “Primera Edición” del 29 de enero presentó desgarradoras imágenes de un muchacho completamente desnudo que acababa de ser rapado, apaleado y vejado por una “ronda vecinal” de Tarapoto. ¿Salvaje castigo, dijeron? ¿Y se puede saber cuál era el crimen que semejante fuente ovejuna “castigaba”?
Casi nadie lo sabe pero todos los 31 de mayo se conmemora en el Perú el día de la lucha contra la violencia y los crímenes por odio hacia travestis, transexuales, lesbianas, gays y bisexuales. Se escogió esta fecha en memoria de los ocho peruanos homosexuales que fueran asesinados a sangre fría por terroristas del MRTA en el bar Las Gardenias de Tarapoto en 1989. De acuerdo a testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad, quinientos gays fueron asesinados durante la guerra interna. ¿Por qué? ¡Por gays, pues! ¿Por qué más va a ser?
Me produce una enorme curiosidad saber quién será el más homofóbico entre los más prominentes homofóbicos nacionales: ¿Podrá arrebatarle el cetro el curaca Isaac Humala a monseñor Cipriani?.
«No sé por qué Alicia nunca quiso que le pusiera su apellido a Mechita» -se lamentó Abencia, refiriéndose a la tierna bebé que ella dice haber adoptado y que –según propia confesión– criaban juntas.Parece que ignorara que las anacrónicas leyes peruanas prohíben a las personas homosexuales adoptar niños. Para evitar que les abran la panza y devoren sus entrañas, se entiende.
Pero –a diferencia de la homosexualidad masculina– no existe examen médico legista que permita probar fehacientemente el lesbianismo. Todas las mujeres son heterosexuales hasta que no confiesen lo contrario.
Si descontamos la eventualidad de que nuestra opción sexual sea utilizada como causal de divorcio, (de un posible cónyuge del sexo opuesto) o como pretexto ideal para arrebatarnos un hijo biológico de nuestro lado, las leyes peruanas, en realidad, nos garantizan muchísimos menos derechos que al grueso de su reproductora ciudadanía. Las leyes peruanas, dejémonos de vainas, no nos permiten nada. Ni casarnos. Ni adoptar. Ni donar sangre. Ni enrolarnos en las fuerzas armadas ni policiales. Ni heredar el patrimonio compartido a lo largo de una relación de toda la vida. La misma familia que toda tu vida te escupió por maricón se quedará con todos tus bienes cuando te mueras.Y últimamente ni siquiera es posible aspirar a asistir al funeral de nuestras propias parejas. La familia –nuevamente– nos lo impide.
Si, como sostiene García, los awajún- wampís son ciudadanos de segunda categoría, ¿adivina el lector quiénes serán los de tercera?
En fin. Digo todo esto porque sucede que hoy se celebra en todo el mundo el Día del Orgullo Gay.
¿Qué día del orgullo gay puede celebrar alguien que, como yo, tiene que tolerar –permanentemente y sin inmutarse– que le griten chimbombo desde la combi, en cada esquina? A ver, díganme.
Celebrar el Día del Orgullo Gay aquí en el Perú viene a ser como celebrar el Día del Orgullo Judío en la Alemania nazi, más o menos.
Shalom, entonces, heterosexuales del mundo. Shalom, shalom.

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