Peligrosos chicos de alquiler

Autor: Esther Vargas (15 jul 2009)
Un amigo muy cercano vivió el susto de su vida hace algunos años. En una conocida discoteca gay se topó con un chico especialmente bello. Yo estaba con él, y es cierto, el chico –casi un adolescente–, de 18 años y con DNI en la billetera, era demasiado perfecto. “Es un ángel”, me dijo H anonadado.
Pero el ángel tenía precio. H tenía 40 años en esa época, estaba harto de buscar pareja y se sentía viejo y gordo. Talentosísimo profesionalmente, pero derrotado en el amor. La víctima perfecta.
Durante varias semanas, H y el desconocido ángel parecían felices, hasta que un día H me contó que estaba lleno de deudas, atrapado en préstamos y más solo que nunca. Pero eso no fue lo peor.
No hay que ser gay para pagar por sexo. Pero, sin duda, hay una oferta increíble de chicos cara de ángel que están dispuestos a acariciar la soledad y la vanidad de maduritos homosexuales en el Perú. Algunos te venden la noche a 100 dólares y otros se alquilan durante varios días, a veces meses. A cambio, reciben generosas propinas, ropa, viajes y regalos.
PERFIL DEL CHICO DE ALQUILER
Atractivo.
Entre 17 y 20 años.
Estudiante de instituto o universidad particular.
Se considera heterosexual pero, en la práctica, es bisexual.
Pertenece a una familia clase media bastante asfixiada económicamente, pero se resigna a aceptar su situación o a trabajar para revertirla.
Gusta vestir ropa de marca.
No teme contagiarse de una Infección de Transmisión Sexual (ITS).
Lleva condón, pero puede prescindir de él con uno o más amantes.
Es engreído, caprichoso, voluble y amoroso.
PERFIL DEL CLIENTE/AMANTEGay (público o de clóset) o con una doble vida (tiene esposa e hijos).
Inestable, víctima de afecto, abrumado con su soledad, dadivoso.
De buen nivel socioeconómico.
Vive solo o tiene un departamento de 'soltero’.
Frecuenta discotecas de 'ambiente’.
Edad: 35 a 50 años.
Se siente poco atractivo, por lo que no tiene problemas en pagar por sexo.
El escenario puede ser una discoteca o un bar de Lima, exclusivo, de 'ambiente’, pero con una creciente presencia de gente heterosexual, 'open mind’, hombres y mujeres capaces de compartir el espacio con gays y lesbianas, en armonía, como que nadie sobra. El Downtown es un ejemplo.
Cada noche hay más heterosexuales compartiendo la pista con los homosexuales, lo que parece una inédita apertura en tiempos en los que se habla de ataques homofóbicos y de discriminación latente.
Entre cuerpos sudosos y rostros que apenas distingues hay un ángel, o muchos ángeles, chicos de apariencia muy frágil que a veces van acompañados de una chica o de un grupo de amigos. Los miras y difícilmente podrías saber si son gay o acaso solo te miran porque eres diferente, porque al abrir tu billetera muestras tu dinero o exhibes tus tarjetas. O quizás crees, inocentemente, que te contemplan porque eres un tipo interesante, a pesar de estar en base 4.
Luego, el chico se te acerca, ya no están sus amigos y tampoco la muchacha muy sexy que equivocadamente pensaste que era su novia. Le pagas un trago que, por lo general, no es cerveza. Un whisky, un vodka con naranja, un coctel de colores en esas copas de boca ancha. Te pide que enciendas su cigarro, bailas, él se te acerca, con su nariz te hace cosquillas en el cuello, te pide permiso para seguir a tu lado y, en algún momento, se besan y abrazan, sientes su sexo firme muy cerca del tuyo.
Te lo llevas a tu departamento o a un hotel. Exhausto, pero inflamado de deseo, te preguntas si ese chico es un comprimido de vitaminas, una pastilla de Viagra. Al amanecer, él te contará su historia: estudia, pero no le alcanza; sus padres no pueden pagarle la carrera, y él, tan buen alumno, se las arregla como sea. No te lo ha dicho directamente, pero el 'como sea’ tiene que ver con ese encuentro. Pagas. Él te dice gracias y te pide que se vuelvan a ver.
La próxima vez llega pronto. Pagar es parte del trato tácito. Él y tú pasan cada vez más tiempo juntos, a veces te preguntas si realmente estudia, jamás lo irás a recoger a la universidad, pero sí a su casa o a unas cuadras de esta. Te pide dinero para ropa, resulta que sus amigos visten bien, y él, en una universidad particular, se siente todo 'chusco’ y 'pobretón’. Sigues gastando. El sexo es buenísimo. Un chico siempre dispuesto, que accede a tus pedidos y parece incansable, que a veces se deja sin condón, que penetra y a veces –solo a veces– se deja penetrar, o al revés. Los hay activos y pasivos, nunca sabes qué te tocará, pero estás contento con esta aventura. Es tu niño, tu bebé, tu príncipe… Hasta que un día lo encuentras con su novia o te das cuenta de que un amante mayor que tú y con más dinero te lo está robando. Te marchas o quizás ruegas. Te rechaza. Y eso es lo mejor que te puede pasar, aunque en ese momento te sientas el ser más triste de la tierra.
Lo más peligroso es cuando él, pese a sus aventuras nuevas, te quiere tener y te advierte que no podrás dejarlo porque está dispuesto a todo. Lo más suave podría ser que te pida más y más dinero, y tú, muerto de amor, te veas obligado a seguir 'invirtiendo’ en un negocio quebrado. Lo más dramático que puede ocurrir es que se le ocurra chantajearte. Resulta que tú eres casado, o que en tu trabajo no saben de tu orientación sexual, o que tu mamá cree que eres solterón, pero no gay. El chantaje, la amenaza, la extorsión… Pagas una vez más, pero tu vida es un infierno. Tu teléfono suena, te obliga a verlo, te amenaza con pararse en la puerta de tu casa y contarlo todo. Hasta que un día te atreves a golpearlo y lo dejas medio muerto. Posiblemente, él desaparecerá. Respirarás aliviado y te prometerás no ceder ante desconocidos. Nunca más.
Lo más trágico que podría pasar es que sus amigos y él te busquen para cobrarse la golpiza, como le pasó a mi amigo H cuando intentó librarse de su ángel amenazador. Los padres de H no sabían nada, y allí fue donde atacó el ángel devastador. Por suerte, H sobrevivió para contar su historia luego de seis meses de recuperación y un mes en coma. “Fue un asalto, mamá”, dijo H, aterrado, al despertar en la cama de una clínica.Pero no todo es tan trágico o, mejor dicho, no todo siempre es tan trágico. Hay ángeles que, al sentirse sobreprotegidos y queridos, acaban por enamorarse. Son las excepciones. De pronto, un día, dejaron de cobrarte por sus besos. –¿Y dónde están esos?– me pregunta un conocido gay, consternado por la suerte de Marco Antonio. En alguna parte, entre el cielo y el infierno. ¿Te atreves a encontrarlo?

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